Emblemáticas asistentes de la educación del Liceo Bicentenario Padre Hurtado se acogen a retiro
Alberto Velásquez Castro
Una estudiante del ex internado femenino vuelca los sillones, golpea los vidrios y grita desaforadamente, algunas compañeras la miran asustadas; Marta Paredes intenta contenerla, la estudiante la patea y la muerde. Un apoderado ingresa a gritos en las oficinas de dirección, lanza una cantidad inimaginable de creativos insultos; Patricia Sáez intenta cerrarle el paso. Una profesora cansada y temblorosa camina, a tranco largo, hacia la biblioteca, enfurecida con el inspector general; Mariana Melo la contiene y la calma. Hay muchos días así en la vida laboral de los asistentes de la educación y cada día son más. La situación postpandemia ha vuelto irreconocibles a muchos establecimientos educacionales del país. La convivencia y la cultura escolar se deterioran a pasos agigantados.
Probablemente, con la jubilación de Patricia Sáez, Marta Paredes y Mariana Melo se cierra un ciclo en la historia del Liceo Bicentenario PAHC de Loncoche. Patricia Sáez y Marta Paredes trabajaron 43 años en Liceo, Mariana Melo lo hizo por más de treinta. Dedicaron tanto tiempo, vieron pasar tantas generaciones que se transformaron en símbolos de la continuidad de la tarea educativa y en referentes de la comunidad liceana. Tanto así, que cuesta imaginarse el Liceo sin ellas.
Ellas desarrollaron una tarea que muchas veces pasa desapercibida, o bien, que no es plenamente valorada. Los asistentes de la educación son el revés de la trama, el soporte que hace que las salas funcionen y los profesores puedan brillar. Es una tarea no menor, que no se debiera menospreciar. Los momentos gloriosos del Liceo se deben, en no poca medida, a sus asistentes de la educación que llegaron a trabajar como un acerado reloj.
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Patricia Sáez será por mucho tiempo la sempiterna secretaria, la mano derecha de la dirección, la columna y el soporte de los directivos que se han ido sucediendo, la guía en los recovecos administrativos para decenas de profesores, el puente entre la tradición y el cambio. Ella llegó con el paso de los años a adquirir, al dominar lo que no está escrito en los manuales, el luminoso rango de enciclopedia liceana.
Marta Paredes comenzó guardando los pasillos liceanos, más tarde se le confío como encargada del internado femenino, responsabilidad que le exigió una dedicación los siete días de la semana y las veinticuatro horas del día. Fue una tarea complicada pues, en su época de gloria, el internado llegó a albergar más de cien alumnas. En ese papel debió navegar entre las múltiples veleidades de la adolescencia y las, no menores, problemáticas sociales y económicas de muchas de las internas; supo salir airosa. Durante los últimos años se convirtió en la persona que recibía a la comunidad liceana desde antes de las 7 de la mañana y en guía para padres, estudiante y profesores en los agitados y, cada vez más, caóticos comienzos de jornada.
Mariana Melo quedará en la memoria de muchos, como la bibliotecaria eterna del Liceo. Fue la confidente de abundantes lecturas, la creadora de un espacio de calma en medio de las muchas veces turbulentas y cansadoras jornadas. ¿Cuántos alumnos aproblemados no encontraron en ella una voz que los escuchaba y los comprendía? ¿Cuántos profesores agobiados por el tráfago de la tarea académica no encontraron en ella un momento de apoyo y consuelo?
También se jubilan Bernardita Fernández y Gladys Vega. Bernardita terminó sus días laborales en la portería del liceo y como apoyo en la jornada vespertina. Gladys será recordada por su paso en la sala de materiales, por su dominio de los pasillos y por su generosidad (no siempre reconocida) para con sus colegas. En suma, se marcha al merecido descanso toda una generación de asistentes de la educación.
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No todo fue lindo. Hubo desacuerdos, diferencias, momentos tristes, inevitables conflictos, dudas, decepciones, cansancio y más de una tarde no tuvieron ganas de volver al día siguiente. No obstante, siguieron, persistieron y lo hicieron de tal manera que sus vidas llegaron a fundirse con el Liceo. Ello fue en tal grado que más de una vez sus familias se lo reclamaron.
Todas ellas representan, con sus aciertos y errores, una cierta idea de la educación que pareciera extinguirse: el sentido del deber, el respeto, el valor del esfuerzo, el valor de la disciplina y la búsqueda del ideal meritocrático. Ellas aprendieron a creer en la educación, apostaron por la educación y lograron convencer a muchos que había que persistir. No corren buenos tiempos en los colegios, en todos lados, la tarea pareciera volverse titánica. Quizá sea el momento propicio para jubilarse y guardar lo mejor en la memoria.
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