50 años, como si fuera recién ayer…
Por Luis Alberto Alarcón Seguel
“En este mundo existía la vida, triunfaba el sufrimiento y reinaba la injusticia, pero también podíamos creer en el amor e incluso imaginar la felicidad”. (Gabriel García Márquez).
Pensar en el día, hace 50 años, en que el gobierno de Salvador Allende fue derrocado por un golpe cívico-militar, es recordar el inicio de la época más oscura de la historia de Chile. Es también el momento de hablar de experiencias personales y de cientos de miles de chilenos cuyas vidas estuvieron marcadas por el fin de un gobierno democrático y el inicio de una dictadura, cuyas consecuencias aún hoy se hacen sentir.
Al momento del golpe ya tenía 10 años de actividad política. En 1963, mientras estudiaba en la universidad, me afilié al Partido Socialista, del que me marginé en 1967, para incorporarme un año después al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR. Hasta fines de diciembre de 1970, estuve a cargo del trabajo estudiantil en el Comité Regional que comprendía las provincias de Cautín y Malleco y así formé parte de la dirección del partido.
Como militante del MIR, me incorporé a fines de 1970 al Grupo de Seguridad del Presidente Allende (GAP) y luego formé parte del Grupo de Asistentes de la Comisión Política del MIR, gasta el momento en que regresé a Cautín para asumir la dirección del MIR en la zona de Cunco.
Tres semanas después del golpe, el viernes 4 de octubre de 1973, alrededor de las 16:15 horas, fui detenido en Temuco mientras intentaba restablecer contacto con la dirección regional del MIR. Alrededor de un mes antes del 11 de septiembre, me había trasladado a la provincia de Malleco a desarrollar tareas especiles. Han transcurrido ya cincuenta años y todavía lo recuerdo como si hubiera sido ayer: el darme cuenta de que había sido visto un chofer de un vehículo policial, excompañero de curso en la Escuela Pimaria N1 en Loncoche, hoy Alborada, Adolfo Jaramillo; el intento de escapar lo más rápido posible; la sirena del vehículo policial; el largo, rápido y desesperado intento de escapar; la parada brusca del auto, la detención en la esquina de las calles Miraflores y General Cruz amenazado con una subametralladora y los brazos en alto en señal de rendición. Pocas horas después de mi arresto, en el subterráneo del cuartel de la Policía de Investigaciones fui torturado por primera vez, a cargo de ella estuvo el Inspector Daniel Aguirre Mora, de quien la justicia italina ha solicitado su extradición al ser condenado en Roma por su participación en el asesinato y desaparición del ex sacerdote Omar Venturelli Leonelli.
Una vez encarcelado, escuchar tu nombre voceado por un gendarme, lo que significaba ser llevado al regimiento Tucapel, la larga espera en una celda, la puerta que se abre cuando te van a buscar, caminar unos metros antes de quedar de rodillas contra la pared y donde proceden a vendarte. Caminar un corto trecho hasta llegar al lugar donde quedas, luego de ser obligado a desnudarte y en la más profunda oscuridad, en manos de torturadores desconocidos.
Dolor físico y miedo. Miedo a lo desconocido, ¿qué pasará conmigo ahora? Miedo a no ser lo suficientemente fuerte y entregar información partidaria a los militares. Todos estos hechos se repitieron durante casi dos meses, dos veces por semana, a veces incluso tres. En esos momentos fue importante el apoyo de mis compañeros de prisión, como el tener siempre presente que estuve al lado del Presidente Allende y de Miguel Enríquez, Secretario General del MIR. El primero, muerto en La Moneda; el segundo, intentando organizar la resistencia contra la dictadura. Con ellos tengo un vínculo que no puede ser quebrantado.
A mediados de noviembre de 1973 al regresar a la cárcel, luego de una sesión de interrogatorio/tortura, pude constatar que el dolor que tenía en un pie era producto de una herida en la parte externa del talón derecho (hoy se puede aún observar una cicatriz de 3 centrímetros de largo por 1 de ancho, aproximadamente), más una serie de marcas (más de 15) en el pecho producto de golpes causados por un objeto como una fusta o algo similar.
Al ser examinado por el médico de la cárcel, doctor Caviedes, fui inmediatamente internado en la enfermería, donde permanecí alrededor de 4 a 5 días. Este mismo médico constató un hundimiento del esternón, producto de golpes en el pecho.
Pero pocos días después volví a ser llegado al regimiento donde me esperaba un helicóptero para transportarme a la localidad de Cunco. Un militante de mi partido me había traicionado: Leonardo Saravia, ex estudiante de la Universidad Católica de Temuco a quien fuera activista del partido en Cunco con el nombre de «Alfredo». Saravia se convirtió más tarde en informante y torturador.
Nuestra vida en prisión estuvo compuesta por diferentes momentos. Alegría los días que teníamos visitas, tristeza cuando escuchamos que amigos/compañeros habían sido capturados o habían muerto, pero sobre todo la incertidumbre permanente en la que vivíamos. En marzo de 1974, un Consejo de Guerra (¿ ) me condenó a nueve años de prisión. A partir de ese momento intenté organizar mi vida en la cárcel. Tenía la certeza de que no cumpliría la pena completa y me sentía con fuerzas para aguantar 3 o 4 años. Empecé a dibujar, trabajé con cuero y cobre, practiqué deportes, todo bajo las condiciones del estricto sistema carcelario. No nos permitían ver televisión, sólo durante la realización del Mundial de Fútbol de 1974, y muchos de noostros fuimos hinchas del Fútbol Total practicado por la selección holandesa.
En agosto de 1974 tuve que comparecer ante un segundo consejo de guerra por haber sido anulado el primero. Mientras esperaba ser trasladado a la cárcel, se acercó el entonces teniente Manuel Abraham Vásquez Chahuán, uno de los oficiales que me torturaba. Su saludo: “Mi amigo Diego”, (Este era el último nombre que usé en el MIR). A continuación me dijo: “Ahora que todo ya pasó para tí y fuiste condenado, ¿fuistes o no parte del grupo de seguridad de Allende? Estoy seguro de que sí, pero no logré hacértelo confesar.” En ambos casos, Vásquez tenía razón: yo fui parte del grupo de seguridad del Presidente Allende durante su primer año de gobierno y, a pesar de todos sus horribles métodos, no logró que yo lo reconociera.
En septiembre de 1974, Alfonso Podlech Michaud, fiscal militar, nos autorizó a Patty y a mí para casarnos, (Desde comienzos de abril pasado, Podlech comenzó a cumplir condena en la cárcel Colina 1. Fue sentenciado a cumplir una pena de siete años de cárcel efectiva por haber participado en el secuestro calificado de Jorge Eltit Spielmann).
Cuando compañeros ensayaban canciones en la pequeña capilla de la prisión, los obligaron a abandonarla, impidéndoles asistir a la ceremonia. Solo estuvieron con nosotros nuestros padres y los cónsules de Francia y los Países Bajos. Cuando salimos de la capilla, mis compañeros presos políticos formaron dos filas, le regalaron hermosas flores a Patty, nos cantaron una hermosa canción y nos tiraron arroz.
En agosto de 1975, fui trasladado repentinamente a la prisión de Santiago junto con 5 compañeros. De nuevo la incertidumbre: ¿realmente nos trasladarían a una prisión, o a un destino desconocido? Tres días más tarde ingresábamos a la Penitenciaría de Santiago.
El 17 de septiembre de 1975, personal de Investigaciones me trasladó de la Cárcel Capuchinos en Santiago al aeropuerto y salí de Chile rumbo a París. Estaba a punto de dejar de ser un preso político de la dictadura cívico-militar y algunas horas más tarde pasaría a ser un nuevo exiliado chileno.
El 10 de diciembre de 2007, Día Internacional de los Derechos Humanos y un año después de la muerte de Pinochet, volví a encontrar a Vásquez Chahuán. En esta oportunidad en un Juzgado en Santiago para ser sometido a careo con él. Antes de entrar a la oficina del juez que investiga violaciones de derechos humanos, pude acercarme a Vásquez; le pregunté si se acordaba de mí y no obtuve respuesta. Agregué que eso sucedió hace 34 años y que entonces le resultaba fácil golpearme y torturarme, ya que estaba atado, pero que ahora podría intentarlo de nuevo, si se atrevía. Nuevamente no obtuve respuesta.
Minutos después estábamos sentados, uno al lado del otro, frente al juez. Allí confirmé mi afirmación y él la suya: ‘Nunca he visto a la persona sentada a mi lado y durante el período que menciona yo tenía otro cargo’. La misma declaración prestada por los demás exfuncionarios ante los jueces. Este viaje a Chile fue filmado y quedó expresada en el documental: “My Friend Diego”. Manuel Vásquez fue condenado a cadena perpetua por un tribunal italiano por su participación en la Operación Cóndor. La justicia italiana ya solicitó al gobierno chileno la extradición de Vásquez y otros condenados. Yo fui uno de los testigos que testificó en ese juicio en Roma. Vásquez ya ha sido procesado y condenado, (aunque no definitivamente), por crímenes de lesa humanidad en la provincia de Cautín.
Mi estancia en prisión, los interrogatorios y las torturas han dejado huella, 50 años después: quedé con problemas de audición que con el correr de los años se han hecho muy graves y siempre llevaré conmigo las imágenes y lo que me aconteció en aquella época.
Quiero finalizar este texto con las palabras de Salvador Allende: “… Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre para construir una sociedad mejor”. Y con las de Miguel Enríquez, que finalizó su último discurso público en el teatro Caupolicán en Santiago el 17 de julio de 1973: “Trabajadores de Chile: ¡Adelante con todas las fuerzas! ¡Adelante con todas las fuerzas de la Historia!”
Luis Alberto Alarcón Seguel (Belto)
Diemen (Países Bajos), octubre 2023.
N. del D.
Belto es hijo de Manuel Alarcón Nourdin, de gran recuerdo en Loncoche. Fue Gobernador del Departamento de Villarrica, capital Loncoche, en 2 periodos y también Alcalde. Su madre Elsa Seguel, cirujano dentista, también muy recordada. Su última residencia acá fue donde hoy se encuentra el Museo municipal.
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