Ha muerto Alberto Velásquez
Alberto Velásquez da lo mismo. Fue derrotado, punto. Cometió errores y dejó de ser actor relevante. Alberto Velasquez fue eliminado. Su vida no alcanza ni para historia, tal vez podría ser lo que en inglés se conoce como story, es decir, una bufonada literaria y eso.
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Dicen que estaba quebrado, día a día colocaba más libros en venta. Al final, ya nadie le compraba libro alguno. Y en el rigor del invierno sus libros sirvieron como leña. Pasó sus últimos días solitario, ya nadie lo visitaba. Los muchachitos desaparecieron, se fueron al exilio o se convirtieron; aunque supe que uno de ellos se perdió buscando pozos en el desierto del Sahara. Velásquez, el farsante, en sus últimos días se sentaba y esperaba durante horas a que el teléfono sonara. Supe que se había vuelto asiduo a extrañas formas de matemática y contaba votos tratando que la suma le cuadrara. El último en visitarlo fue un copuchento que quería saber en qué trabaja y cómo se ganaba la vida. Que triste deben haber sido sus días (o que patéticos), aún así seguía destilando arrogancia. Le preguntó al visitante qué era una epífora y como este no respondió lo llamó ignorante. No se sabe por qué seguía subiendo de peso pues ya casi no comía. Lo bueno fue que ya no tenía alumnos, por lo tanto, ya no tenía ningún cerebro que manipular o lavar. Los últimos comentarios que escuché sobre él fue que era un cobarde. Aunque también supe que estaba secretamente enamorado. Uno de los muchachitos que pude encontrar me dijo que su Dulcinea del Toboso no era de este mundo. La verdad no se sabrá nunca y hoy a nadie le importa. Tal vez, se volvió loco como Don Quijote, o lo consumió su arrogancia. ¿Qué habrá hecho cuando ya no le quedaban ni libros? ¿Qué habrá sucedido cuando ya no pudo controlar su cuello? ¿Qué le sucedió cuando los platos estallaban sobre el suelo? Recorrí el último lugar que habitó. Las pequeñas habitaciones estaban cubiertas de trozos de vidrio y pedazos de sucia cerámica. En el frontis de su casa un rayado decía: ¡viejo cerdo!
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Bueno, pareciera ser que a algunos les sirve Alberto Velásquez, es el chivo expiatorio (para algo que sirva). La última tabla de salvación, los náufragos siempre buscan una tabla, obvio nadie quiere ahogarse (tú tampoco). ¿Qué harías sin mi querido? ¿A quién le echarías la culpa? Bueno olvidémonos de Alberto Velásquez. Alberto Velásquez está muerto, hace meses fue su funeral, otros cuentan que desapareció, en fin, ya no está.
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La verdad es que asistí a una de sus últimas clases, es un secreto porque la palabra Velásquez se ha vuelto tabú. Y ya pocos se atreven a pronunciarla. Fue una clase rara. Sacó una caja azul y comenzó a tirar un hilo rojo. Amarradas al hilo había trozos mal cortados que tenían palabras escritas en una caligrafía incomprensible. Guardó silencio, se subió sobre una silla y comenzó a temblar. Citó a un tal Píndaro, no alcancé a anotar. La hoja que guardo tiene anotadas las siguientes frases: “La vida es un molusco”; “Solo sé que nada sé”. Recuerdo que terminó citando a Oscar Wilde y dijo: “A menudo, nuestra vida real no es la vida que vivimos”. Al salir dijo: nadie puede quitarme la libertad de pensar. Fue una clase rara, me pareció un desequilibrado, pero por alguna razón que aun no logro descifrar guardó en el fondo de un estante la hoja que apunté ese día.
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Desde su desaparición Loncoche está mejor, más libre, más puro. Madame Pompadour se pasea sin remilgos por los pasillos. El falto de respeto ha desaparecido. Otro Loncoche es posible por fin. Los gerundios son la nueva moda. Desde ese día Loncoche está despertando, soñando, liberando, creando, comunicando, pensando, tapando, ocultando (perdón los dos últimos gerundios se me pasaron). En ese Loncoche los tratos directos son directos, directos a los amigos y a las relaciones (de pronto se puso de moda Deng Xiaoping: lo que importa no es el color del gato, lo que importa es que cace ratones; Maquiavelo redivivo). Ahora todos son felices, las palabras transparencia, corrupción, y nepotismo fueron borradas por decreto del diccionario. Las directoras (a dedo) instruyeron que esas palabras se tacharan con plumón negro. Alguien más inteligente (o más servil) arrancó y quemó esas páginas (cualquier semejanza con 1984 es una mera coincidencia).. El departamento de comunicaciones se volvió más poderoso, es el que tiene más funcionarios y poco a poco van ocupando todos los edificios. ¿Qué es la realidad? eso no importa y llegaron nuevos magos que realizan ilusiones sorprendentes. La calle Bulnes se declaró vía exclusiva para vehículos de alta gama. Dicen que Tesla instalará un reactor nuclear, otros comentan que se fabricarán naves espaciales; mientras una nueva hierba va cubriendo las calles y las plazas.
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Si, Alberto Velásquez desapareció y estamos mejor. Uno de los cortesanos dijo que Velásquez era un profeta, otro que se creía Mesias, aunque nunca supe que pudiera caminar sobre las aguas. Era más bien un gordito tímido y tembleque que se escondía detrás de libros. Algunos dicen que para esconder su dolor y sobrellevar las heridas de la vida (Aquí, ¿debe darnos pena? no). Todos llevamos heridas y todos hemos sentido algún dolor. En el cementerio hay una tumba vacía en cuya borrosa lápida hay escrito unos versos de Prevert, nadie sabe la razón: “Las hojas muertas se recogen con un rastrillo/ Los recuerdos y las penas, también./Y el viento del norte se las lleva/En la noche fría del olvido. Nadie sabe tampoco quién deposita de vez en cuando un tulipán en esa tumba vacía.
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Ayer, alguien cruzó la calle desde Prat hacia Bulnes y al mirar hacia Carrera dijo: no se le vaya ocurrir resucitar a este “hueón”.
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