En el día del profesor: Solamente hay pequeños oasis para florecer
Por Alberto Velásquez Castro
Hoy es el día del profesor, seguramente, recibiremos muchos gestos de afecto, reconocimiento y cortesía. Se multiplicarán los saludos por facebook, wasap e Instagram. Muchos vivirán genuinamente un lindo día. Sin embargo, esta puede ser una oportunidad para reflexionar sobre las condiciones de una profesión que se vuelve, cada día, más exigente, apremiante, desafiante; y en no pocos momentos inabarcable e imposible, es decir, titánica y utópica.
Hoy cabe preguntarse en qué medida el sistema educativo tiene las condiciones para una educación genuina. ¿Es un sistema que verdaderamente se haga cargo de las condiciones culturales y espaciales para que los estudiantes alcancen toda su potencia cognitiva? ¿Es un sistema y una sociedad que comprende los desafíos que enfrentamos? ¿Somos conscientes que si no abordamos la deficiencia educativa corremos el riesgo de la insignificancia? Enfrentamos un problema de supervivencia y ello no se resuelve con fotos, pantallas, shows, activismo, parafernalia, chamullo o actos de buena voluntad; tal vez, todo ello no sea malo, pero indudablemente es insuficiente.
Es insuficiente, puesto que, la tarea de los profesores se vuelve más demandante. Se nos abruma con infinitas tareas administrativas, por lo general, banales e innecesarias. Se ha desvalorizado nuestra formación académica y pedagógica, cualquiera nos da lecciones sobre cómo enseñar. Se nos falta el respeto de manera continua. Nuestras salas y pasillos corren el riesgo de convertirse en espacios para la reyerta, los gritos agresivos, las amenazas, en fin, la violencia pura y dura. Sumemos, la ya endémica mala gestión del estado con sus colegios municipales. Añadamos la constante lucha por los recursos, su ausencia o simplemente su negación arbitraria y su uso en aspectos que poco tienen que ver con educar y mucho con lucir, aparentar o derrochar. Se nos solicita solucionar los problemas cívicos, morales, sociales y culturales; se nos pide una vara mágica que lo solucione todo, pero obviamente todo no lo podemos solucionar. Cada día se aleja más esa pedagogía lenta que poco a poco construye un genuino espacio para el aprendizaje.
Nos enfrentamos a un sistema educativo carente de liderazgo, un sistema que no toma decisiones, no logra ganarse la confianza, no cumple sus promesas y es incapaz de señalar una ruta a seguir.
Un sistema educativo cae en el peor de los mundos cuando no se toman decisiones. Para educar bien hay que tomar decisiones, cuando ello no ocurre los colegios caen en el desorden y la anarquía. Más si sus directivos son serviles a sus empleadores políticos y se convierten en asientos timoratos y dubitativos que hacen pagar el costo de sus dudas a los estudiantes.
Un sistema educativo genuino debe ganarse la confianza, cosa nada fácil. Hay que tener carácter para mantener ciertas normas mínimas y hay que luchar para que el proyecto educativo se haga realidad, buscar la excelencia no solo es un discurso, un nombre, un logo o una chapita para adornar.
Un sistema educativo debe cumplir sus promesas. No se puede prometer aquello que no se va a cumplir. Las promesas se cumplen en un contexto que valore las más altas formas de cultura y conocimiento. No hay mayor pecado que ilusionar a sabiendas que las condiciones no existen o sin luchar para que existan. Decir por ejemplo a los estudiantes “que el éxito solo depende del esfuerzo” es un engaño, ya que, para que el esfuerzo florezca se necesita un lugar estimulante, rico culturalmente, ávido de conocimiento, lleno de espacios y oportunidades para acceder a nuevos saberes, palabras y experiencias. Un colegio genuino, uno que cumple sus promesas, debe abrir el mundo a las más altas formas cognitivas.
Un sistema educativo debe señalar un camino a seguir, una meta, un objetivo y una forma de avanzar. ¿Hacia dónde va nuestro sistema? ¿Hacia dónde va el liceo, el colegio, la escuela? ¿Somos conscientes de los desafíos que enfrentamos? Sin tener claro a donde hay que llegar estamos en el limbo bailando en medio de un huracán. Si no tenemos a lo menos un grupo de estudiantes que alcance las formas más complejas de pensamiento y de cultura estamos condenados a ser actores secundarios. Por ello, hay que dejar de gestionar a martillazos y dejar de inflar globos destinados a explotar. El sistema debe tomar decisiones, debe ganarse la confianza, debe cumplir sus promesas y debe definir un camino a seguir. Es tarea de los directivos del sistema generar el espacio y las condiciones para que el esfuerzo pueda florecer. Mientras tanto, en esa espera casi eterna, solo nos cabe agradecer y felicitar a todos los profesores que en un espacio desolado crean pequeños oasis para que nuestros estudiantes puedan florecer e igualmente a todos los que reconocen esa titánica tarea.
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