Frase del día: "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten" Mateo 7,16. 12-14

Opinión: La realidad nos golpea el rostro

By on 21 abril, 2022

Alberto Felipe Velásquez Castro

Durante días he pensado si escribir o no esta columna. He concluido que es mi deber.  

Cada día más las redes sociales amenazan con sustituir la realidad. Sin embargo, todavía son mera virtualidad, por más que algunos nos bombardeen de imágenes y noticias. Y por más publicidad que se contrate llega un momento en que la cruda realidad nos golpea en el rostro. Este es uno de esos momentos. Hace unos días un estudiante intento suicidarse al interior de un establecimiento educacional. Días más tarde, en otro colegio, un estudiante fue descubierto con una presunta arma de fuego. Es indudable que la pandemia ha desnudado al sistema escolar y lo está haciendo implosionar. Es indudable, también, que nuestra comuna estaba en mejores condiciones para enfrentar esta situación. No obstante, la potencia de nuestra educación municipal ha sido ignorada y socavada. Es hora que la comunidad de Loncoche defienda y proteja su educación pública.

Uno de estos lamentables incidentes ocurrió en el Liceo Bicentenario.  Y probablemente se convierta en punto de inflexión que puede llevar a una situación de no retorno. La comunidad de Loncoche no puede darse el lujo de lanzar por la borda la principal herramienta de equidad que posee la comuna. Abandonar el Liceo a su suerte y dejarlo a la deriva sería un error histórico. De forma apresurada alguien ha comenzado a gobernar a martillazos.  Pero el problema excede al Liceo Bicentenario, afecta múltiples aspectos de la educación municipal de Loncoche.

Uno de los aspectos más críticos radica en el sostenedor y sus decisiones.  El sostenedor le ha quitado independencia a los colegios y ha limitado las capacidades de gestión de los equipos directivos. Ha debilitado a la dirección del departamento de educación volviéndola una mera figura nominal. Ilustrativo de esta situación fue cuando la directora presentó un plan de educación municipal y el sostenedor otro distinto. Es decir, se han saltado hasta las formas.  

En el caso del Liceo Bicentenario hay una dirección frágil. La fragilidad de la dirección radica en su falta de legitimidad. Problema que no radica en la persona, sino en el acto administrativo en el que el sostenedor la nombra; hecho que se deduce ilegítimo, hasta ahora, por dos resoluciones de la Contraloría General de la República. Ninguna institución resiste meses de incertidumbre. En una desafiante situación postpandemia, que nos enfrenta a desafíos insospechados, la dirección necesita del respaldo y la legitimidad necesaria para crear y emprender soluciones de amplia envergadura que muchas veces no serán ni simpáticas ni populares. 

El liceo ha sido herido en su orgullo y autoestima.  Su autonomía, duramente conquistada, ha sido anulada. Su extraordinaria convivencia escolar, que más de una vez fue comparada con Suiza, va desapareciendo o volviéndose más compleja. Su capacidad para construir soluciones propias: ignorada.  Sus proyectos emblemáticos, como la aplicación de BIG DATA a la educación, abortados. Su exigencia académica y su disciplina, ahora son sospechosas de antigüedad y autoritarismo.  Y sus resultados, no maravillosos pero aceptables en su contexto, son descalificados. Así el cuerpo docente se encuentra perplejo, todas las líneas que configuraban su accionar pedagógico están en entredicho. Por ello, les resulta muy difícil enfrentar el tren de olas que va llegando a sus puertas. Las consecuencias hasta ahora invisibles de la pandemia van apareciendo de a poco y una tras otra: la sorpresiva reescritura del pacto tácito de convivencia entre estudiantes y profesores; el desborde emocional; el desfase académico y la inesperada reaparición de la violencia. Nadie sabe que más aparecerá en el horizonte, pero hay que comenzar a prever posibles escenarios.

El liceo y la educación local no se enfrentan a un desafío técnico; nos encontramos ante un desafío adaptativo. La técnica es para tiempos normales y tranquilos; no para instantes en que la historia se acelera. No hay una receta ni una respuesta única. El sostenedor, la DAEM  y los equipos directivos están frente a un desafío de liderazgo; mientras más demoren en comprenderlo más difícil será la tarea.  Por mientras hay que crear una instancia que reúna a directivos aunque sea para desahogarse; saber que otros se enfrentan a los mismos desafíos ya aliviana un poco la carga. Hay que generar un banco de buenas experiencias. Es imperioso que los directores se conecten con las directivas de apoderados y estudiantes de cada curso. Es necesario informar y enfrentar el problema no ocultarlo o silenciarlo. Se debe reestructurar la distribución del personal para cubrir los espacios y tiempos que se identifiquen como más riesgosos. Probablemente hay que detener la marcha unos días y reconfigurar el horario (asunto clave) y el currículum. Hay que sacarle más provecho a la tecnología. Hay que generar un sistema de detección temprana de desborde emocional y reacciones violentas. Hay que escribir y normar rápidamente el nuevo pacto de convivencia. Hay que definir lo que es central e irrenunciable y olvidarse por el momento de lo accesorio. No hay que renunciar a lo académico o al conocimiento, ello sería un craso error, son precisamente el arte, la historia, la ciencia, la literatura, las matemáticas, la música y la actividad física ámbitos que pueden apasionar a los estudiantes y que nos pueden permitir encauzarlos y salvarlos. Hay que buscar más alternativas para los estudiantes y desarrollar actividades como exposiciones, proyectos, obras de teatro y encuentros de música: nuestros colegios deben ser centros activos de cultura. Y hay que generar un nuevo horizonte de expectativas, un relato, una historia, una conciencia de que hacemos historia al salvar nuestros colegios y al construir nuestras vidas.

Es triste escuchar a muchos profesores que ya no quieren ir a trabajar porque su profesión ha perdido sentido, porque sus colegios se han vuelto unos espacios desconocidos. Son las 4 de la madrugada y recibo varios wasaps que dicen “Los conflictos los están callando, a nivel general, el DAEM ni sabe el colapso de los liceos. Todos callan. El internet no funciona. No hay calefacción. La plataforma no funciona, no la arreglan, los alumnos están con crisis, los profes están cansados; es cosa de tiempo para que esto explote, se retrocederá en la enseñanza y las oportunidades a los jóvenes. Pero bueno, a uno solo le queda luchar frente a los cabros y hacer lo humanamente posible para que la sala sea un oasis temporal, hay más licencias que nunca”.  ¿Qué esperamos?  ¿Actuaremos cuando nuestros profesores estén quemados y sean presa del síndrome de burnout? Hay que enmendar el rumbo, es tiempo de corregir los errores, es tiempo de trabajar para que nuestros hijos lleguen más lejos que nosotros y sean mejores personas. Si no lo hacemos la historia nos pasará factura. Nos enfrentamos a un desafío adaptativo. Veremos si nuestros jefes son también líderes, veremos de que madera están hechos.  A ellos les corresponde poner límites al infinito, sino lo hacen nos perderemos todos en el espacio interminable.

La realidad, la dura realidad, nos golpea el rostro.

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