Shakespeare pensó en Loncoche: Crónica literaria sobre el acoso

By on 22 julio, 2021

“Sopesa ahora pálido de miedo/

Los riesgos de su empresa despreciable/

y piensa para sí que contratiempos/

lo aguardan si prosigue hacia adelante”.

La Violación de Lucrecia/Shakespeare

Shakespeare, el dramaturgo inglés, imaginó todas las posibilidades de caracteres humanos. En sus obras estamos todos. Los felices, los angustiados, los nihilistas, los trágicos, los ambiciosos, los poderosos, los valientes, los infelices, los tristes, los virtuosos, los celosos, los traidores, los canallas, los fuertes y los débiles.  Shakespeare cuando escribió sus obras pensó en Loncoche. Aquí deambulan sus personajes. Los que conocemos y los que aún nos falta por conocer.

Todavía se puede acceder a los diccionarios. Es necesario seguir consultándolos. Hay personajes que tienen la intención de recortar palabras (todas las que no les convienen). Hay otros que van demasiado lejos: quieren arrancar páginas enteras. En El diccionario del español actual se dice de la palabra Acoso: “1. Perseguir a una persona o animal sin dar reposo para coger. 2. Perseguir a una persona o animal para reducirle a un espacio limitado. 3. Atacar a alguien sin darle tregua ni reposo. 4. Mortificar o atormentar a alguien. 5. Agobiar o importunar a alguien con peticiones insistentes. 5b. Solicitar sexualmente a alguien de manera insistente y molesta”.

Eran las 23:33 horas. Sonó el celular. “Hola, ¿cómo estas, estoy preocupado por ti?”.  Bien, gracias. “¿Tienes tiempo este fin de semana?”. ¿Sucedió algo en el trabajo? “¿Por qué no vienes a mi casa, así te relajas?”. No puedo. “Déjate llevar”. Lo siento, Buenas noches. “¡Espera, no le cuentes a nadie que te llamo!, la gente confunde las cosas, yo solo me preocupo por ti.” No se preocupe, estoy cansada. “Recuerda que nadie te creerá nada, tú no eres nadie, recuerda bien eso; tú no eres nadie…” Cortó. Estaba cansada. Necesitaba el trabajo. Esto debe ocurrir en todas partes. Ya pasará…

No le quedó más que cruzar. Se sintió un poco incómoda. “¡Cierra la puerta!”. Fernanda expresó su solicitud, quería irse rápido. “No te ves bien, necesitas descansar, relájate.” Debo volver. “Espera tómate un café conmigo; no me gusta tomarlo solo”. Alguien tocó la puerta y se salvó. Caminó de prisa, mentalmente más tranquila. Fernanda dudó, tuvo miedo. Al final, fue valiente; no guardó silencio.

El hombre se acercó lentamente. Repentinamente pasó la mano por una parte vedada de su cuerpo. Prácticamente no lo conocía. Por razones laborales hubo de intercambiar algunas palabras con él. El tipo tenía contactos. Anastasia pasó meses en el limbo. Los ansiolíticos fueron su nueva compañía. Volvió a trabajar. Encontró en su escritorio a otra persona. Su computador no estaba. Sus cosas esparcidas en un rincón. No hubo ninguna explicación. Meses antes le quitaron la calefacción. Le advirtieron que tuviera cuidado. Tuvo que escuchar más de un grito: ¡deja de ser problemática! Poco a poco fue quedando sola.

Las puertas se cerraron una tras otra. El rumor recorría los pasillos. Hablaban para compadecer, por morbosidad y más de alguien para desprestigiar. La mayoría de los superiores miró hacia otro lado. La investigación se hizo eterna. A pocos, muy pocos, les importó su dolor. La empatía tenía límites. Inconscientemente resonaban las palabras bíblicas “Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. Le quitaron su felicidad y su salud. Le extirparon, en minutos, la motivación, la autoestima y la dignidad. Hay cosas que cuesta reconstruir. Anastasia es valiente: decidió no guardar silencio.

                                                                        …

Marta Lamas dice: “los actos groseros, libidinosos y acosadores de muchos hombres con poder habían sido -y lo siguen siendo- la tortura de las mujeres que trabajan para ellos. Todavía resulta muy difícil probar un acoso sexual en el trabajo, a menos que implique una violación. Pero los requerimientos verbales, incluso los manoseos o forcejeos resultan casi imposibles de verificar. Es la palabra de la mujer frente a la del hombre. Por eso, muchas mujeres, en una decisión de sobrevivencia laboral y ante la posibilidad de perder el empleo, aguantan y callan”.

 …

El hombre dijo que estaba solo. Acercó un poco su silla. “Ahora soy libre, puedo por fin tener una mujer de verdad”. Acercó su silla un poco más. “Necesito una mujer que no me avergüence”. Se levantó bruscamente y cerró la puerta con seguro. “Para que no nos interrumpan”. Ella dijo: tengo trabajo que terminar. Él acercó su silla un poco más. Ahora tenía a Francisca muy cerca. “¿Sabes cuánto dinero tengo en mi cuenta?”. Él tomó firmemente su mano. “Espero que no atentes contra tus sentimientos”. Acercó su silla un poco más. “No sabes lo que te estas perdiendo”. Ella gritó: ¡Usted no entiende, tengo cosas que terminar! Entonces se escuchó: “¡soy tu jefe!…

“Y esta que se cree”. “Piojo resucitado”. “A quién le ha ganado”. “¿Cómo habrá conseguido lo que tiene?”. “Mira cómo se viste”. “No le hagas caso es una histérica”. “Está loca”. “Escaladora”. “mujer de la vida”. “¡Puta!”. Mañana tendrá que ir otra vez a esa oficina; seguro cerrarán la puerta. Cae la noche. Ansiedad, nerviosismo e insomnio. Cómo se fueron acumulando: no lo recuerda. ¿Cuántas cajas de Clotiazepan? ¿A quién le importa? Siempre parecía sonreír. Francisca fue valiente: no guardó silencio.

Shakespeare era agudo, inteligente, creativo; genial. Exploró las honduras del alma humana. Auscultó lo bello y lo perverso. En su poema: “La violación de Lucrecia” exploró la tragedia de la mujer deseada sin pretenderlo. El hombre incapaz del autocontrol. La violencia del poder. La tentación del poderoso. Shakespeare fue premonitorio; sabía lo que iba a suceder en Loncoche. Hoy miles de mujeres loncochenses siguen esperando un protocolo. Aún hay esperanza. Shakespeare sabía que los caminos recorridos harán que un día nos alcancé la tragedia. Por hoy basta con leerla. Mañana no hay que permitir que arranquen la palabra Acoso del diccionario.

Alberto F. Velásquez Castro.

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